Hola lectores, seguidores de este blog.
Hoy quiero compartir con vosotros un nuevo post, con uno de esos artículos que tanto me gustaban y ponía a vuestra disposición, para vuestra lectura, con ideas, reflexiones, ..., contenidos que pueden ser de vuestro interés (con los que puedo no coincidir en la totalidad de lo expuesto, pero sí encontrarlos interesantes, útiles, en algunas o en gran parte de sus propuestas). De este modo, igualmente vuelvo a estas "páginas", a habitar en este espacio, que tantas satisfacciones me ha dado, y a cargarme de una nueva energía que me moviliza, motiva, me "empuja" hacia esta dirección que tantos momentos de dicha me proporcionó en el pasado, buscando convertirla nuevamente (y con continuidad) en una nueva parte de mi presente.
Foto: lolaurbano.wordpress.com
Este es el enlace directo al articulo titulado "Castigar con el silencio es mas peligroso que con las palabras". Y se hereda de padres a hijos.A continuación os reproduzco el texto completo. Os dejo con su lectura, deseándoos que os sea muy útil y positiva su lectura, ademas de la posible puesta en marcha de esta propuesta que el autor Luis Castellanos y su equipo (expertos en neurociencia) ofrece en su libro "La Ciencia del lenguaje positivo".
«Las
palabras son poderosísimas. Pueden llegar a determinar el rumbo de
nuestro pensamiento, nuestra actitud ante la vida e incluso, nuestra
salud y longevidad». Esa es la teoría de Luis Castellanos y su equipo,
expertos en neurociencia, y autores del libro «La Ciencia del lenguaje positivo».
En él plantean que el uso de determinadas palabras (o la ausencia de éstas) en el día a día puede suponer la diferencia entre el éxito y la
derrota en cualquier ámbito. «El lenguaje nos permite gestionar nuestra propia inteligencia»,
asegura. «Si nos parece normal dedicar todos los días un tiempo a
cuidar nuestro cuerpo, a asearnos, vigilar nuestra dieta o hacer algo de
ejercicio, ¿por qué no dedicar también a cuidar cada una de nuestras
palabras?», se pregunta Castellanos.
—La
mayoría de nuestros deseos están centrados en mejorar nuestras
circunstancias, pero estamos lejos de plantearnos mejorar nuestro
lenguaje: así somos, así hablamos.
—El lenguaje refleja nuestra existencia, nuestra historia, nuestras esperanzas. El lenguaje es un espejo de cómo somos. Cuando somos conscientes de nuestras palabras nos damos cuenta de que no vemos el mundo tal y como es, sino tal y como hablamos.
Por eso quizá cambiando el enfoque de ese espejo también podremos
enfocarnos de otra manera, cambiar, ambicionar cosas más grandes, una
vida mejor, con más bienestar, más alegría y más salud.
—¿Cómo podemos cambiar el uso de las palabras?
—Habitando las palabras. Hablar es habitar el mundo. Deberíamos hacernos cargo de nuestros vocablos, de su destino.
Un buen ejercicio es intentar identificar las palabras que queremos que
adquieran importancia en nuestra vida, aquellas que queremos «habitar».
Nos referimos a esas que te ayudan a crecer, que son las que deberíamos
compartir, las que nos ayudan a transformar nuestras vidas y a dar lo
mejor que tenemos a las personas que nos rodean.
—¿Por qué es tan importante buscar ese lenguaje positivo?
—Esta
científicamente comprobado que el lenguaje positivo busca
evolutivamente dirigir nuestra atención y nuestra voluntad hacia el
aspecto favorable de las cosas y de la vida. Tomar conciencia de nuestro lenguaje es fundamental para escribir nuestro destino.
Es más, las palabras influyen en nuestra posibilidad de supervivencia,
ya que la expresión de emociones positivas hace que nos fijemos, que
prestemos atención, a aquellos estímulos físicos y mentales que cada vez
son más relevantes para llevar una vida duradera, plena y con el mayor
grado de felicidad posible. Somos unos firmes convencidos de las
funciones vitales del lenguaje positivo en nuestra mente ejercen una
influencia creativa en las decisiones más profundas que tomamos.
Nuestras decisiones lingüísticas crean nuestra historia.
—¿Palabras son hechos?
—Palabras son hechos siempre. Tanto si haces lo que has dicho que vas a hacer, como si no lo haces.
En el primer caso estarás mostrando un estilo de acción que genera
confianza, mientras que en el segundo caso tu estilo de acción generará
otro tipo de respuestas. Este es el poder de las palabras.
—También
en el sentido negativo. La pareja, los padres, o los hijos son los que
suelen soportar los efectos devastadores del lenguaje de la ira. Es lo
que José Luis Hidalgo, coautor del libro, ha denominado el «Hulk en
casa».
—Esto es así. El enfado desmesurado se propaga con
mayor facilidad en los entornos íntimos. Se trata de una cuestión de
confianza, y hacemos uso de ello. Las mayores muestras de enojo las solemos cometer en casa, ese terreno que sabemos seguro y donde no hay que fingir.
Después del enfado sabes que nadie se irá de casa, que te seguirán
queriendo, y que todo quedará en un hecho puntual. Sin embargo, a menudo
maltratamos a las personas que nos quieren bien con nuestros gestos
indisimulados de fastidio, con nuestro lenguaje descuidado, con palabras
hirientes.
—Sabemos entonces
que descuidamos los entornos más queridos pero, ¿qué podemos hacer para
evitarlo? ¿Cómo podemos reconocer y reconducir estas reacciones
exageradas ante hechos insignificantes?
—Hay dos momentos
clave para nuestro entrenamiento. Uno tiene que ver con «cómo llegamos a
casa», y el segundo, con reconstruir o reparar lo que
inconscientemente, hemos dañado.
—¿Qué puedes hacer en lo relativo a «cómo llegas a casa»?
—Es importante realizar un pequeño acto, una señal de respeto, frente a la puerta de entrada, que puede consistir en respirar antes de girar completamente la llave.
Es un simple gesto con el que asumir que accedemos a otra energía, a un
escenario con otro ritmo, y que al cruzar el umbral de la misma nos
vamos a incorporar a un nuevo espacio. Físicamente tiene que ver con la
pausa, con un momento de silencio que aprovechamos para observar, para
ver de verdad a las personas que nos esperan.
—Pero, ¿cómo reparamos los daños una vez que Hulk ha hecho estragos?
—En
este caso es importante cuidar nuestro diálogo interior y no
culpabilizarnos en exceso. Solemos tratarnos duramente cuando perdermos
los papeles, lo pasamos mal precisamente por haber hecho que lo pasan
mal los demás, renegamos más de la cuenta y alargamos innecesariamente
la reflexión sobre las causas de nuestro comportamiento. Pensamos que
así podremos curar las heridas cuando es precisamente lo contrario. Para
enfrentarnos a los daños causados por nuestra ira podemos decir:
«devuélveme lo que te he dicho, no era para tí».
—Igual que las palabras curan, dicen ustedes en su libro que el silencio es asesino y que se hereda de padres a hijos.
—En efecto. Castigar con el silencio es más peligroso que con palabras. El silencio es asesino, y se hereda de padres a hijos.
Es un pozo sin fondo porque cuando se intenta salir ya no hay marcha
atrás, se trata de un camino sin retorno cierto. Pertenece a la familia
de la ira, pero puede ser más dañino que ella. Es casi imposible mentir
cuando se habla enfadado, lo decimos mal, pero decimos lo que pensamos.
—¿Qué hacer con esta variable tan temida de la ira?
—Nosotros hemos identificado una cosa que se puede utilizar para romperlo: el tacto. Con el tacto surge... la palabra.
Una cosa lleva a la otra. Lo hemos comprobado muchísimas veces en las
formaciones que solemos impartir: a los alumnos les privamos de vista,
los dejamos sentados en soledad y se callan. Entonces, les damos la mano
de un compañero, da igual de quién sea, y empieza la conversación.
Siempre obtenemos el mismo resultado. Sin duda, el tacto es la antesala del lenguaje verbal, de la comunicación fluida y sincera, es el gran desatascador de las relaciones humanas.
Consejos de Castellanos para trazar un plan linguístico en nuestro entorno familiar
1. Incrementemos las palabras que tienen que ver con el sentimiento positivo
y hagamos visibles esas palabras de algún modo; una forma creativa
consiste en hacer de la cocina un «fortín» de positividad, es allí donde
solemos invertir más tiempo, tomar decisiones, compartir una buena
charla o desvelar lo que nos preocupa en busca de un buen consejo
mientras tomamos un café o preparamos la cena, así que colocar a la
vista—en los azulejos o en la nevera—unas simples palabras elegidas
hacen que nos sintamos francamente bien.
2. Sorprendamos con algún «detallito»,
música, algo rico para compartir y, por supuesto, un post-it con algún
mensaje especial que se desliza en una cartera, un bolso o un estuche
escolar; elijamos las palabras y el momento donde ese mensaje puede ser
más eficaz. Atrevámonos, incluso, a dejarlo en algún lugar donde esa
persona tarde en encontrarlo, como en el bolsillo de un abrigo, debajo
de una almohada o la sorpresa de la luna del coche.
3. Rebajemos el verbo «ser»
y sus consecuencias que nos limitan, etiquetan y generan prejuicios;
utilicemos mejor el verbo «estar», «parecer» o «comportarse», de forma
que un «eres tonto» quede en un «estás tonto» (yo añadiría que eliminemos también el "estás tonto", y busquemos una forma de expresar los sentimientos sin herir al otro, pero reconozco el valor de la propuesta del autor de diferencia entre el "ser" y el "estar").
4. Hagamos asambleas divertidas
centrándonos en las fortalezas de cada uno, juguemos a decirnos cómo
nos vemos desde lo positivo, precisamente, para construir posteriormente
aquello que tenemos que mejorar. Podemos expresarlo mediante palabras,
dibujos, cuentos, etc.
5. Cuando preguntemos «¿cómo estás?»,
procuremos sentarnos, apagar la tele y callar, no sólo exterior, sino
interiormente, anulemos los prejuicios, detengamos los argumentos o las
interpretaciones que suelen ocupar nuestra mente y busquemos la calma
interior.
8. Elaboremos un calendario emocional
para expresar nuestros sentimientos, hagámoslo físicamente con cuadros
grandes para que cualquiera pueda poner en la casilla correspondiente
palabras a lo que les ocurre por dentro, propiciando el conocimiento
emocional compartido. Expresar emociones de esta forma nos capacita para
convivir con ellas creando ambientes protectores.
9. Incrementemos la cantidad de «síes» y rebajemos la de los «noes»,
fijémonos más en lo que tienen y no tanto en lo que les falta, anotemos
logros, méritos, agradecimientos, hagámosles saber unos y otros de
forma directa, sencilla, pública y abundante; equilibremos de una vez
las incapacidades con las capacidades, convirtamos los imposibles en
improbables, cambiemos la tendencia y empoderemos a las personas que nos
acompañan vitalmente. Saldremos realmente favorecidos.
10. Demos más importancia a la voz humana...
La tradición oral, escuchar algo de alguien, algo que nos importa de
alguien que, incluso, no conocemos. La historia que se cuenta en el
reino confortable de la cama convierte a nuestros hijos se vuelven más
inteligentes, su inconsciente aprende y retiene nuevas palabras, giros
complicados incluso. De todas las historias, las que más captan nuestra
atención son las que hablan de nosotros mismos, las que hablan de lo
cotidiano, de lo que les sucedió hace ya tiempo a nuestros mayores.
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