viernes, 16 de diciembre de 2011

LA ENVIDIA

                                                               
                                                                           


   Comparto la lectura de un artículo periodístico (titulado "Si yo no puedo llegar a jefe y forrarme, tú tampoco) que busca profundizar y comprender las necesidades no satisfechas que hay detrás de las personas que sienten una envidia arraigada en su forma de sentir, pensar y actuar, y que enfatiza cómo la envidia surge de la comparación con la otra persona, y cómo ésta puede destruir las relaciones (*) Añado mis valoraciones entre paréntesis con letra en cursiva.

*Tal vez también te interese leer el artículo anterior sobre las Rivalidades fraternales en la Navidad (pues la diferenciación y preferencia por uno de los hijos, puede llegar a crear rivalidades fraternales, fomentadas en complejos de inferioridad, identificados coloquialmente como  sentirse "la oveja negra de la familia",y en una forma de relacionarse con el otro comparándose en términos de inferioridad y superioridad).

 
  
“Si yo fuera tan mona como mi vecina…”, “si tuviera tanta pasta como mi jefe…”, “si a mí también me hubiera tocado la Lotería, como a mi primo…”, “si fuera tan gracioso como mi amigo Juan…”. “Sería feliz”. Ésa suele ser la respuesta a las variadísimas especulaciones que los envidiosos realizan continuamente sobre su vida, ya que son personas que, lejos de valorar sus propias cualidades, anhelan las ajenas.

La envidia es, como la define el psicólogo José Elías Fernández, “un sentimiento de frustración  insoportable ante el bien de otras personas” que se canaliza, por lo general, a través de la rabia.

El envidioso se hace en la infancia o en la adolescencia, cuando, ante las pataletas y las rabietas, los padres no le enseñan a tolerar la frustración y tampoco le muestran que, aunque el otro tenga más de esto, él puede que tenga más de lo otro”, explica el psicólogo.
Es un sentimiento destructivo
Por ese motivo principalmente el envidioso vive fijándose más en lo que tienen los demás que en lo que él mismo posee, atendiendo a un complejo de inferioridad que le marca una pauta: si tú no tienes eso, eres peor que quien sí lo tiene.
Por eso la envidia genera una falta de autoestima (especifico: no la genera, sino que es una más de las manifestaciones en esa persona, de la baja autoestima) que menoscaba la personalidad de quien la sufre y provoca que, por lo general, se retraiga y se visualice como inferior ante las posesiones o la suerte ajena.

Pero, ¿es siempre real esa imagen? Según Fernández, no. “La percepción que tenemos de que al vecino siempre le va mejor que a nosotros es a menudo imaginaria, nos inventamos una imagen perfecta del otro y nos la creemos”, explica.

Como asegura Bernardo Stamateas en su libro Gente tóxica, la envidia es un sentimiento destructivo y tanto el que envenena como el que descalifica (dos de las prácticas más utilizadas por los envidiosos) tratarán por todos los medios de que el envidiado no alcance sus objetivos.  Quienes gocen de algún tipo de éxito serán víctimas de los que, siguiendo la máxima “si yo no puedo, él tampoco”, vuelquen sobre el su deseo enfermizo de que pierdan aquello que han logrado. Por eso, añade Fernández, el envidioso suele acabar solo, con frecuencia es rechazado por los demás y están mal vistos por la sociedad.
La ‘culpa’ es del azar

Lo que no suele hacer el envidioso es reflexionar sobre los motivos por los que el otro es mejor (anoto: siente que es mejor; pues no siempre es real su percepción, pero sí corresponde a su sentimiento). Por lo general, no se valora el esfuerzo necesario, por ejemplo, para tocar bien un instrumento o alcanzar un puesto directivo. “Más bien se suele achacar el éxito al azar”, puntualiza el experto. Por eso el envidioso suele preguntarse “¿porqué a él sí y a mí no?” en lugar de plantearse qué puede hacer para conseguir aquello que desea.

La crítica es, usualmente, la forma que el envidioso tiene de canalizar su rabia. El envidioso justifica su falta de voluntad para conseguir algo deseado lamentándose de que a él no se le ha concedido ‘el don’. El de tener un buen cuerpo, el de ser un alto directivo, o el de tocar el violín virtuosamente. Lo que no tiene en cuenta es que quizá mientras él descansaba o salía con los amigos su ‘vecino’ estaba en el gimnasio, en la oficina o en el conservatorio.
Pero lo que no termina de entender el envidioso es que fijándose tan sólo en las cualidades ajenas, abandona las suyas. Deja de potenciar sus capacidades y al prestar atención tan sólo a lo que no tiene, a sus carencias, se deja llevar por una espiral de baja autoestima de la que es difícil salir.

Eso sí, si la reacción es la contraria (la más inusual), si el envidioso se fija en cómo ha llegado su ‘vecino’ hasta donde está y procura imitarle esforzándose, entonces la envidia será útil (aclaro: entonces no consestirá en envidia: sino en identificar tus necesidades, tus objetivos, identificar, potenciar y trabajarte tus recursos, para ir hacia y por tus metas: haciendo que tu vida se base en tu lucha, en asumir tu responsabilidad en tus logros. Así tu vida no estará basada/construida en la comparación con los otros, sino en fijarte en ti mismo, y el otro, tu relación con él, funciona como una forma más de descubrir/darte cuenta cómo hacer para conseguir los propios objetivos) . Lo que podría llamarse ‘envidia sana’, aunque Fernández se muestra algo escéptico ante este término. “Pero si sentir envidia sirve para que uno ponga de su parte y se esfuerce por mejorar su posición imitando lo que hace el otro, bienvenida sea”, asegura.

El éxito de otro debe servir para que movilices tus estructuras, sacudas tu conformismo y te sientas estimulado para ir a por más”, añade Stamateas

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