Ya va siendo hora
de que cada uno siga su camino:
yo, el de la muerte.
Vosotros, el de la vida.
Cuál de los dos sea el mejor,
únicamente los dioses lo saben.
SOCRATES
En nuestro anterior artículo hablábamos de los sentimientos. En estas líneas Sócrates nos recuerda las pérdidas que hemos vivido en nuestras vidas. El duelo de aquellos que sobreviven a un ser querido que ha muerto, despierta muchas emociones difíciles de asimilar.
Sin embargo, estas palabras de Sócrates pueden aplicarse igualmente a la muerte de una persona como a cualquiera de las despedidas significativas que el ser humano experimenta en el transcurso de su vida.
Un dato significativo es que asociamos la separación como un proceso sumamente doloroso, como realmente lo es, a la vez que solemos olvidar que cualquier separación puede conllevar como consecuencia un crecimiento posterior, un progreso interior en nuestra persona.
Veamos una serie de ejemplos: cuando se separa una pareja tras una serie de años de convivencia, es una manifestación de una evolución que ha traído como consecuencia una modificación de los modos de vida, que conduce a una separación y al final de esta fase vital. Sin por ello negar que, la separación de una pareja es una “muerte”: de la época en que convivieron juntos.
Otro ejemplo es cuando el niño “deja su hogar familiar” al iniciar su formación escolar: sigue siendo un niño que deja la casa de los padres (y que se separa físicamente de ellos), pero un niño que ha rebasado una época de su infancia. Y los padres que experimentan esa pérdida han de sufrirla y buscar nuevas metas para sus vidas, lo mismo que ocurre después de la separación de un ser querido.
Admitir uno de los sentimientos que conlleva una separación y el duelo sufrido por ella, como es la pena, vivirla conscientemente, nos resulta difícil a las personas. Y sin embargo, forma parte de nuestra vida, como lo forman igualmente el nacimiento de una persona (*) y el amor.
* Un dato muy importante: el nacimiento de una vida es a la vez la primera pérdida que experimentan madre e hijo, ya que en ese instante, ante la vida nueva que nace, olvidamos a menudo, que la separación física y la pérdida del estado de absoluta simbiosis, que constituía la relación entre el feto y su madre, es igualmente real y brutal tanto para la madre como para la criatura. Sin embargo, aceptamos esta pérdida como una despedida absolutamente necesaria en nuestra vida. La madre y el hijo deben separarse o de lo contrario, ambos fallecerían. Además, también olvidamos que esa separación es un trance nada fácil, doloroso y agotador, para la madre y para el bebé recién nacido, (en ocasiones llegando a tener que “abrir” el vientre de la madre para poder separar al hijo de ella).
Al nacer el recién nacido, todavía no habla, y no puede manifestarse si no es a través del llanto, y siente la angustia de entrar en una fase vital nueva y desconocida. Siente el frío y la necesidad de valerse por sí mismo en adelante (empezando por la respiración). Así inicia un largo proceso de diferenciación cada vez mayor con respecto a la madre, pasando por sucesivas experiencias de transición psicosociales que conllevan una pérdida y separación, como son las siguientes (principales duelos en los niños):
-El destete (despedida de la cercanía, de un tipo de cercanía en la relación en un vínculo exclusivo que compartían el bebé y su progenitora),
-La ansiedad ante el extraño (a los 8 meses),
-La deambulación,
-La búsqueda de autonomía creciente (fase que llega a un momento álgido hacia los 2 – 2 años y medio: la fase de “los no”)
-El comienzo de la triangulación edípica (y de un aprendizaje de la “no exclusividad”),
-La integración verbal de las emociones,
-La integración escolar,
-La pubertad,
-La adolescencia (como vimos en un artículo anterior sobre los duelos en la adolescencia),
-El logro de la identidad (o confirmación del sí mismo)
.
… Pérdidas todas ellas necesarias hasta convertirse en un adulto capaz de defenderse solo (y proceso a lo largo de los cuales, la experiencia vivida con las anteriores pérdidas influirá en la forma de afrontamiento de las pérdidas y separaciones que como adultos también experimentemos en nuestra vida).
Son despedidas de las que muchas veces sólo vemos el aspecto jubiloso y de lo que traen (ante otras como la muerte tendemos a recordar sólo las emociones “negativas” como la ira, o la pena que nos produce), y no es así, las pérdidas traen consigo ambas facetas: la pérdida y la despedida, y muchas veces el anuncio, igualmente, de un nuevo comienzo, y la posibilidad de crecer con ellas, como personas, a nivel interno. Hay quién ante estas separaciones se entristece porque las ve únicamente como una pérdida y hay quién celebra la libertad recuperada (por ejemplo, la madre que quiere mucho a su hijo, y a la vez necesita recuperar la disponibilidad de su jornada). Es muy difícil, tremendamente, incorporar en nuestra consciencia una percepción, al mismo tiempo, de ambas sensaciones: la pena o tristeza por la pérdida y el crecimiento que esta conlleva o la celebración del inicio de un nuevo comienzo.
Vemos así, que algunas pérdidas y despedidas son necesarias en nuestra vida, como afirmábamos más arriba.
Y en el fondo, el adulto también ha de renovar constantemente la búsqueda de maneras de abordar la despedida. Una dificultad es que con cada pérdida se reactivan las experiencias pasadas y sentimos de nuevo el dolor. Por eso muchas veces, es un consuelo para algunas personas, cuando sienten y se perciben acompañados en esa vivencia de la separación, la despedida (por ello la existencia de grupos de autoapoyo y su éxito en apoyarse emocionalmente y ayudarse los unos a los otros, a la vez que disminuyendo el sentimiento de “no estar tan sólo” para el afrontamiento de esas pérdidas significativas en la vida de uno).
Por todo ello, con nuestro artículo queremos potenciar el poder hablar y no convertir el tema de la muerte, las pérdidas y del duelo en un tabú, ya que la muerte y las pequeñas o mayores despedidas (que conlleva en sí la vida cotidiana), forman parte de la vida misma, a pesar de que el dolor que conllevan son un sentimiento que nadie quiere, que frecuentemente buscamos evitarlo, aunque sea muy difícil de evitar el dolor de una pérdida y el vacío que puede conllevar (por ejemplo la muerte de un ser o de una mascota muy querida) en las vidas de sus allegados.
Consideramos que el hablar de estas experiencias, el conocer nuestras formas de afrontar las pérdidas significativas, puede servirnos para aprender lo que significa sufrir una pérdida, y lo que es más importante, ayudarnos a buscar cada uno de nosotros una manera de superarlas sin que lleguen a convertirse en duelos patológicos.
En un próximo artículo hablaremos de las emociones que conlleva una pérdida, y veremos que no hay sensaciones “buenas” ni “malas” en la vivencia de una despedida.
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