En esta entrada gracias al Artículo “Miedo al cambio” (de Aurora Morera Vega, publicado en Cuerpo Mente, Nº 72, 1.998), que hemos dividido en una Tercera Parte: que nosotros titulamos “Cómo se construye nuestro Yo y nuestra forma de relacionarnos con el mundo”, hablaremos de cómo a partir del temperamento con el que venimos a este mundo (hay niños que nacen y lloran con fuerza, otros que se muestran más relajados, unos que maman buscando alimento desde el principio, otros que …), vamos formando nuestro carácter con sus primeros mecanismos de defensa. Mecanismos de defensa que a partir del momento de su surgimiento y posteriormente nos acompañarán repetitivamente a lo largo de nuestra historia, incluso de adultos, como forma de afrontamiento ante nuestros conflictos existenciales y vivenciales, que nos servirán como una forma de protección o amortiguamiento mientras sean necesarios para afrontar situaciones que nos crean malestar psicológico, afectivo o emocional .
El subrayado es nuestro, así como las aclaraciones que no están en cursiva y entre paréntesis.
El Yo y el legado familiar
"Antes de nacer ya tenemos una historia. Recogemos en nuestros genes el legado de los padres, los abuelos, los padres de los abuelos y, aún más allá, la historia de la humanidad y de la vida sobre la tierra. Nacemos con un gran paquete en el que los límites de lo que pertenece a una u otra causa son, la mayoría de las veces, muy imprecisos. Algunas de nuestras características nos diferencian de las otras personas. Otras nos hacen comunes a toda la humanidad. Todos pasamos por el momento de nacer, un traspaso doloroso y duro, que nos enfrenta por primera vez con las vicisitudes, dualidades y conflictos de la vida. Todos nacemos necesitados e indefensos. Al principio no percibimos límites entre nosotros mismos y el mundo. Tenemos una serie de necesidades que debemos satisfacer y dependemos completamente de otros para poder subsistir. Pero ya desde el nacimiento, y aún antes de nacer, se marcan las diferencias. Hay niños que empujan con fuerza en el parto; otros necesitan ser ayudados. Unos maman con furia, otros se quedan dormidos. Venimos al mundo dotados de un temperamento, en el que influye la herencia, la vida intrauterina y el parto, entre otras muchas cosas. Así ya desde el principio, el tipo de contacto que establecemos entre nuestras necesidades y el medio es diferente en cada persona. Y nacemos en una familia concreta, con unas circunstancias, un modelo y un momento concretos. Nuestros padres son a su vez depositarios de su propia historia y limitaciones. Además, cada hijo, como nuevo miembro de la familia, es ubicado en una categoría: “la nena”, “el mayor”, “la más lista”, “el miedoso”, algunas veces recordando al abuelo o a un antepasado. Este proceso actúa también como inductor, al reconocer el niño su identidad a través del rótulo, del deseo de los padres, que proponen su ideal al hijo.
"Antes de nacer ya tenemos una historia. Recogemos en nuestros genes el legado de los padres, los abuelos, los padres de los abuelos y, aún más allá, la historia de la humanidad y de la vida sobre la tierra. Nacemos con un gran paquete en el que los límites de lo que pertenece a una u otra causa son, la mayoría de las veces, muy imprecisos. Algunas de nuestras características nos diferencian de las otras personas. Otras nos hacen comunes a toda la humanidad. Todos pasamos por el momento de nacer, un traspaso doloroso y duro, que nos enfrenta por primera vez con las vicisitudes, dualidades y conflictos de la vida. Todos nacemos necesitados e indefensos. Al principio no percibimos límites entre nosotros mismos y el mundo. Tenemos una serie de necesidades que debemos satisfacer y dependemos completamente de otros para poder subsistir. Pero ya desde el nacimiento, y aún antes de nacer, se marcan las diferencias. Hay niños que empujan con fuerza en el parto; otros necesitan ser ayudados. Unos maman con furia, otros se quedan dormidos. Venimos al mundo dotados de un temperamento, en el que influye la herencia, la vida intrauterina y el parto, entre otras muchas cosas. Así ya desde el principio, el tipo de contacto que establecemos entre nuestras necesidades y el medio es diferente en cada persona. Y nacemos en una familia concreta, con unas circunstancias, un modelo y un momento concretos. Nuestros padres son a su vez depositarios de su propia historia y limitaciones. Además, cada hijo, como nuevo miembro de la familia, es ubicado en una categoría: “la nena”, “el mayor”, “la más lista”, “el miedoso”, algunas veces recordando al abuelo o a un antepasado. Este proceso actúa también como inductor, al reconocer el niño su identidad a través del rótulo, del deseo de los padres, que proponen su ideal al hijo.
Desde el momento de nacer el niño busca la satisfacción de sus necesidades y para ello se relaciona con su ambiente. Experimenta bienestar cuando lo consigue y malestar cuando no lo logra. Así que, según su temperamento, explora y ensaya diferentes conductas para adaptarse al medio y satisfacerse. Durante su desarrollo se suceden una serie de etapas relacionadas con diferentes necesidades y funciones físicas y psicológicas. El paso de un estadio a otro no es automático y se pueden dar estancamientos parciales en una determinada etapa, bien por-que resultó muy placentera o bien porque se dieron muchas frustraciones en ella. Cualquier cosa que convierta una etapa en memorable –ansiedad excesiva o placer excesivo- puede llevar al niño a “quedarse” en ella. A esto se le llama fijación.
Para resolver, en parte, el conflicto de los deseos no logrados y sus repercusiones -frustración, intranquilidad, temor, culpa, angustia- surgen los mecanismos de defensa, “amortiguadores” psíquicos que alivian la tensión y ansiedad excesivas, defendiendo al yo de ideas o efectos dolorosos e insoportables. Actúan contra cualquier idea, sentimiento o experiencia que amenace con dañarnos, excluyéndolos de la conciencia y transformándolos o evadiéndolos. Así se va construyendo, mediante conductas repetitivas, el carácter.
Este diálogo entre la búsqueda de satisfacción y la adaptación a los obstáculos y conflictos con los que se encuentra el niño, va a motivar el comportamiento humano desde su funcionamiento más elemental e instintivo, desde que el niño aún no tiene conciencia de sí, hasta las manifestaciones pulsionales más sofisticadas del adulto.
De forma inconsciente para la mayoría de nosotros, nuestras fijaciones y necesidades emergen continuamente en el intento de ser reconocidas y cerradas, lo que podría permitirnos pasar a una nueva fase de nuestra evolución. Para la Gestalt , la autorregulación organísmica es el proceso natural por el cual el organismo tiende a completar las situaciones inconclusas en su búsqueda natural de desarrollo. Pero la mayor parte de las veces no podemos prestarle atención, cegados por la oscuridad de nuestras propias defensas. De esta manera se instaura un ciclo repetitivo el cual, si no somos conscientes, puede esclavizarnos toda la vida.
Sin embargo, si prestamos suficiente atención a lo que nos pasa aquí y ahora podremos obtener las claves que nos permitan comenzar a comprender y de alguna manera, cerrar, lo que quedó inconcluso (gestalts inconclusas) allí y entonces.”
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