Hay diferentes teorías sobre LA ADOLESCENCIA, aquellas que la definen en términos biológicos, otras en términos de edad cronológica (sus etapas y límites: adolescencia temprana de los 11 a los 14 años, adolescencia media de los 14 a los 17 años, y adolescencia tardía de los 17 a los 19 años o más). Hay delimitaciones de la misma, basándose en funciones de los roles o funciones que se llegan a adquirir durante el proceso y al final de ella, a nivel social (considerando así, que hay algunas personas adultas que pueden ser adolescentes, desde el punto de vista psicológico, aunque sean mayores y tengan sus propios hijos, ya que la madurez no es sólo cuestión de años ). También podemos concebir este perído a través de los correlatos evolutivos y psicológicos (entre ellos considerando aspectos relacionales, psicoanalíticos …) Sin embargo, si integramos estas diferentes visiones, podemos llegar a una comprensión integradora de esta etapa evolutiva. Y esto nos ayudará a establecer qué es la “adolescencia normal” y cuándo llegamos a aspectos “psicopatológicos” o a manifestaciones “patológicas” de la adolescencia.
Anna Freud dice que es muy difícil señalar el límite entre lo normal y lo patológico en la adolescencia, y considera en realidad toda la conmoción de este período de la vida como normal, señalando además que lo anormal sería la presencia de un equilibrio estable durante el proceso adolescente. Teniendo en cuenta esta base, y a la vez el criterio evolutivo de la psicología, podemos aceptar que la adolescencia más que una etapa estabilizadora es proceso y desarrollo. Debemos, así comprenderla, para no ubicar aspectos de la realidad de esta etapa en el contexto de “conductas que constituyen desviaciones” del desarrollo adolescente.
El adolescente atraviesa por desequilibrios e inestabilidad extremas. A.Aberastury habla de un “síndrome normal de la adolescencia”, como una entidad “semipatológica”. Un síndrome que es perturbación y perturbador no sólo para el adolescente, sino también para el mundo adulto (sobre todo para las figuras referentes del adolescente, para sus educadores, e incluso para la sociedad en la que vive el adolescente), pero necesario, absolutamente necesario para el adolescente, ya que en este proceso va a establecer su identidad, que es un objetivo fundamental de este momento de su vida.
Para ello, el adolescente no sólo debe enfrentarse al mundo de los adultos, para lo cual no está del todo preparado, sino que además debe desprenderse de su mundo infantil, en el cual y con el cual, en su evolución normal (hasta ese momento, antes de la pubertad), vivía cómodo y placenteramente, además de en relación de dependencia (hacia las figuras paternas, dependencia que ha de romperse en un desarrollo sano característico de la adolescencia), con necesidades básicas satisfechas y roles claramente establecidos. Todo esto va a cambiar con la adolescencia, y el adolescente “se rompe” por dentro (al igual que le transmite esta vivencia a sus padres, a los que también les “rompe”, desmonta o confronta, su sistema establecido de valores, normas, creencias … que tenían establecidos, y que habían transmitido a su familia).
Según Aberastury podemos decir que el adolescente realiza tres duelos (o pérdidas) fundamentales:
1.El duelo por el perdido (cambio que es la base biológica de la adolescencia), que se impone al individuo que no pocas veces tiene que sentir sus cambios como algo externo a los cuales se enfrenta como espectador impotente de lo que ocurre en su propio organismo sin poder hacer nada al respecto.
Por ejemplo: La de 10-11 años con cuerpo de 14-15 años creará una desarmonía, que aunque después se ajustará, pero en principio le va a crear esa desarmonía entre cómo aún se siente niña, y cómo su cuerpo muestra señales de una edad mental que no le corresponde (y se le puede llegar a pedir o exigir que se comporte en sus roles con una edad evolutiva-psicológica y madurez que no tiene ni le corresponde, si sus figuras referentes no recaen en ello). O cuando el adolescente se impacienta, molesta, cabrea o entristece, o siente impotencia ante un cuerpo que no puede controlar (cuando aparece el acné).
Pensemos, por ejemplo, en la percepción que un adolescente puede tener en un momento dado de su cuerpo, o de partes de su cuerpo, convirtiéndose en un motivo de queja persistente hacia sus padres.
Pensemos, por ejemplo, en la percepción que un adolescente puede tener en un momento dado de su cuerpo, o de partes de su cuerpo, convirtiéndose en un motivo de queja persistente hacia sus padres.
En estos casos el papel de apoyo de los padres, su ayuda, aunque los menores afirmen que no les gusta, es fundamental (realmente es un “alimento” que les llega, y favorece su autoafirmación).
2.El duelo por el rol y la identidad infantil, que le obliga a renunciar a de la dependencia y a una aceptación de responsabilidades que muchas veces desconoce. Tiene que dejar de ser niño y empezar a hacer de adulto, perdiendo así , en ocasiones renunciando (aunque no expresándolo en ocasiones, al menos no a los padres) a su identidad infantil. Puede ser como una ambivalencia: pelean por ser mayores pero justo cuando se ven ahí, sienten pánico y retroceden.
Los padres es importante que estén en esos cambios de sus hijos: “ahora soy mayor, ahora soy pequeño”.
3.Duelo por los padres de la infancia, a los que persistentemente trata de retener en su personalidad, buscando el refugio y la protección que ellos significan (aunque hagan todo lo posible porque no parezca así).
Por ejemplo, ante las normas, aunque se las salten, su existencia, saber que están ahí, les da la seguridad de saber cuáles son.
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En los casos de adolescentes que vienen a terapia, estos tres duelos de los que os hemos hablado hoy, aparecen de una forma u otra en nuestro trabajo conjunto a través de la relación terapéutica (entre el adolescente y el terapeuta y también en las sesiones de padres cuando así es necesario, a los que además se les proporcionará pautas educativas para facilitar el tránsito por estos duelos, y el trabajo de la relación paterno filial con su hijo/a).
En los casos de adolescentes que vienen a terapia, estos tres duelos de los que os hemos hablado hoy, aparecen de una forma u otra en nuestro trabajo conjunto a través de la relación terapéutica (entre el adolescente y el terapeuta y también en las sesiones de padres cuando así es necesario, a los que además se les proporcionará pautas educativas para facilitar el tránsito por estos duelos, y el trabajo de la relación paterno filial con su hijo/a).
Muy interesante, esta etapa humana es realmente complicada, esta información sobre los duelos ayuda a comprenderla.
ResponderEliminarSí, verdaderamente la adolescencia es un período de crisis, y con ella, de crecimiento (es una sucesión, no lineal, de regresiones y progresos madurativos).Constituye un proceso de confrontaciones con el sistema parental, con la sociedad en la que vive y con la que se relaciona. Todo ello implica una gran complejidad y rupturas entre lo establecido y la búsqueda de su identidad. Es un plantearse los introyectos que hasta entonces eran lo normativo a seguir en sus creencias, valores, conductas, ideales ... Lo que indica que claramente es una etapa difícil y dolorosa, para todas las partes implicadas (el mismo adolescente, las figuras referentes en su infancia: sus padres al contrastar que ahora buscan sus referentes en su grupo de iguales, por todo el cuestionamiento de su forma de vida, de sus normas ...), al desarrollarse un pensamiento reflexivo, crítico y abstracto (lo que supone igualmente un cuestionamiento del sistema educativo ...
ResponderEliminarEn definitiva, el adolescente pone en jaque o cuestiona todo lo establecido hasta ese momento de su vida.
Nos alegramos, María Pilar, que este artículo pueda facilitarte la comprensión de los "acontecimientos" que tienen lugar a lo largo de la adolescencia. Esperamos que con futuros artículos podamos seguir aportándote, ya que es muy grato hacer esta labor para personas, que como tú, os mostráis interesadas en la psicología adolescente e infantil.
Un saludo.